El desafío de pasar de la estabilización al crecimiento

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Por Miguel A. Kiguel para El Cronista

Uno de los grandes éxitos económicos del gobierno fue la contundente baja en la inflación, de 25% mensual en diciembre de 2023 a 4% mensual en mayo de 2024. Aunque de ahí en adelante fue más lenta, porque llevó casi un año bajarla a niveles de 2% mensual, donde está rondando en la actualidad.

Aunque parezca paradójico, suele ser más rápido bajar una inflación galopante que una inflación moderada, porque mientras que en la primera no hay inercia, en la segunda sí. Existe evidencia de que lo que pasa en Argentina es consistente con la experiencia de otros países. Por ejemplo, la hiperinflación en Bolivia en los ochenta o en la Alemania de posguerra se frenaron y bajaron a un dígito de un día para otro. Por otro lado, llevó años bajar inflaciones más moderadas en países como Uruguay, Colombia o Chile debido a que había una fuerte inercia inflacionaria.

Un punto importante de los procesos de estabilización es saber cuándo tienden a ser recesivos y cuándo expansivos. La baja de la inflación de 25% a 4% fue expansiva a pesar del fuerte ajuste fiscal. De hecho, para fines del 2024 la economía ya estaba creciendo al 5% anual. Ese éxito, sin embargo, tuvo un costo importante: un déficit creciente en la cuenta corriente del balance de pagos que llegó a 5,000 millones de dólares en el primer trimestre de este año. A partir de esos números se intensificó el debate sobre si hay o no atraso cambiario y se puso el ojo en las reservas.

Un dato interesante es que las estabilizaciones basadas en el tipo de cambio (EBTC), en sus comienzos son expansivos y sufren un déficit en las cuentas externas. Los trabajos de Calvo y Vegh y los que yo escribí con Nissan Liviatan muestran que, en estos casos, luego de un comienzo auspicioso, en una segunda etapa las economías suelen sufrir un salto en el tipo de cambio que ayuda a corregir las cuentas externas y un enfriamiento de la economía, especialmente del consumo.

En nuestro país pareciera que se está dando el típico ciclo de las EBTCs ya que luego de la fuerte recuperación inicial, la economía se está desacelerando. Estamos entrando en segunda etapa, en la que los desafíos son diferentes. Ya no es evitar el desastre económico y social.

Ahora se trata de pasar al crecimiento, cosa que no es sencilla. Además, esto se está haciendo con un cambio en la estrategia monetaria que se implementó a partir del programa con el FMI en la que la cantidad de dinero pasó a ser el ancla nominal del programa. En general ese tipo de estrategia, a diferencia de las EBTCs es recesiva, en parte porque las tasas de interés son altas. Como consecuencia de estos cambios, la economía pareciera haber entrado en una nueva fase de menor crecimiento y de tasas de interés más altas.

Todo indica que el rebote inicial estaría llegando a su fin. La caída en la inflación fue central para lograrlo y para eso fueron fundamentales el ajuste fiscal, la previsibilidad que hubo en el tipo de cambio y el desplome de la brecha cambiaria. En términos de las famosas letras y símbolos venimos de una recuperación que podría caracterizarse como una V y ahora pareciera que estamos pasando a una raíz cuadrada. O sea que luego del rebote la economía sigue creciendo, pero a un ritmo mucho menor.

En el gobierno no creen en los estímulos para darle oxígeno a la economía, porque piensan que eso sería caer en el mundo keynesiano. La gran pregunta es cómo sigue la película en un contexto en que la política monetaria es contractiva y la política fiscal sigue con un sesgo contractivo. La respuesta es que la estrategia pasa por crear las condiciones para el crecimiento y esperar que con el tiempo estimulen el espíritu emprendedor y movilice las inversiones.

Sabemos que para crecer es fundamental la estabilidad macroeconómica; y en eso se ha avanzado mucho, a pesar de que hace falta terminar con los controles y la brecha cambiaria. También son importantes la apertura económica, que está avanzando rápido aunque lleva tiempo, como así también desregular, bajar impuestos y avanzar con las reformas laboral y jubilatoria que son dos grandes desafíos.

Mucho se ha avanzado en crear las condiciones, ahora estamos a la espera de la frutilla del postre, un fuerte aumento en la inversión. Hay dos temas que todavía hacen ruido y la retrasan. El primero es el riesgo país, que luego de haber bajado en el primer año de gobierno, parece estancado en los 700 puntos. Parte del problema es el entorno internacional, donde el apetito por invertir en países emergentes ha disminuido.

Pero también afecta el hecho de que no se logra aumentar las reservas y que con una deuda que está principalmente en dólares, surgen dudas sobre cómo Argentina la podría pagar si surge un cisne negro.

El segundo tema son las dudas que existen respecto de la sostenibilidad de las políticas pro-mercado, especialmente el temor a que vuelva el populismo. A diferencia de la inversión financiera, de las que es fácil salir, las inversiones en plantas industriales o en minas se “hunden en el país” y son en gran medida irreversibles. Eso hace que, como decía Rudy Dornbusch, las empresas opten por esperar hasta que aclare, lo cual no siempre ocurre rápido.

La apuesta del Gobierno es clara. Estabilidad macroeconómica, desregulación, competencia y menos impuestos deberían impulsar la productividad, la inversión y el crecimiento. Pero la inversión tiene la opción de esperar hasta que el horizonte despeje por temores a cambios políticos o a que el rumbo se fortalezca. El gran desafío es buscar medidas para que aceleren las decisiones y despierten los “animal spirits” de los que hablaba Keynes.

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